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La prosopografía es una figura retórica que consiste en describir los rasgos físicos o la apariencia externa de personas o animales. Suele usarse mucho en literatura para que el lector pueda imaginarse a los personajes de un texto de una forma más precisa.
Ejemplos de prosopografía
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El perro era negro azabache, con patas largas y esbeltas pero con un cuerpo raquítico, y tenía una mancha blanca en medio del pecho; su lengua rosada estaba siempre afuera, en un jadeo perpetuo.
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La mujer era de mediana edad, algunos cabellos blancos teñían sus sienes; sus ojos eran brillantes y de color miel, su nariz dibujaba una forma aguileña, y sus labios carnosos hacían que la mirada no pudiera detenerse en otro lugar.
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El caballo era un ejemplar único en su raza: alto, buen porte, pelaje brilloso de color marrón y blanco, patas firmes como un roble. Todo parecía formar una escultura recubierta en terciopelo.
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Se acercó a nosotros un hombre petiso y calvo, con un bigote negro que le tapaba parte de la boca. Sus piernas cortas y flacas parecían no resistir el peso de la prominente barriga que asomaba en el centro de su cuerpo, pero de alguna forma lograba el equilibrio.
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El anciano tenía el rostro lleno de arrugas, los pómulos ligeramente hundidos, una dentadura de la cual ya no quedaban más que unas piezas sueltas y un cabello blanquecino y largo que coronaba su gesto ausente.
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El gato de mi hermana es completamente blanco; tiene el hocico de color rosado, al igual que las patas, y ostenta las orejas más grandes que vi en mi vida. Sus bigotes largos y finos dan la impresión de haber sido fabricados a su medida.
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El niño tiene siete años y mide algo más de un metro; sus cabellos son dorados como el sol y sus ojos, celestes como el cielo. La nariz es una pequeña protuberancia que asoma en medio de la cara, y sus cejas y pestañas son tan claras que prácticamente no se distinguen.
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Su esposa era una mujer de tez morena y cara redonda, con ojos marrón oscuro y unos labios prominentes que coronaban un rostro único. Su estatura estaba por encima del promedio, y sus curvas pulposas hacían que no pasara desapercibida en ninguna parte.
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El hombre tenía un cuerpo tan escuálido que daba la impresión de que se iba a quebrar; sus piernas semejaban dos ramas verticales y su torso desnudo dejaba entrever las costillas. Su piel mostraba un bronceado que delataba muchas horas de trabajo duro bajo el sol y su rostro tenía rasgos relativamente armónicos, pero su gesto no lograba transmitir ninguna emoción.
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El hombre que volvió de la guerra ya no se asemejaba a su marido: una cicatriz enorme le cruzaba la mejilla derecha, sus ojos se mostraban tristes y cansados, su boca roja ya no sonreía como antes; el cabello negro ahora era grisáceo, y esas manos callosas y esos brazos fuertes que tanto habían trabajado por su familia ahora estaban débiles, casi sin fuerza.
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