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Esta historia se cuenta en la región del Amazonas. En los orígenes, se dice que hubo allí una gran enfermedad que mató a los varones. Solamente sobrevivieron las mujeres, algunos ancianos y un payé (un hechicero). Ante la ausencia de varones, las mujeres temían que se extinguiera la raza.
Para resolver la cuestión, las mujeres se reunieron cerca de un lago donde la diosa Seucy iba a bañarse y vieron a la diosa. Entonces, el payé se enojó con ellas, pues él les había prohibido acercarse a ese lago; ahora, debido a su desobediencia, la diosa Seucy no volvería a bañarse ahí. Luego, el payé, mediante un embrujo, hizo que todas las mujeres quedaran embarazadas. Cuando las mujeres dieron a luz, una de las recién nacidas llamó la atención por su belleza. Por ser tan hermosa le pusieron el nombre de Seucy, como la diosa.
Un día, cuando Seucy ya había llegado a la juventud, quiso comer una fruta del árbol pihycan y fue fecundada por el jugo de esta. De esa fecundación nació un niño, hermoso como su madre, al que el pueblo proclamó como jefe. Lo llamaron Yuruparí, que significa “el que nació del jugo de una fruta”.
La gente quería entregarle a Yuruparí los atributos de cacique, pero era necesario ir en busca de la piedra del jefe, que estaba en la Sierra de la Luna. Las mujeres tuvieron una discusión sobre este tema: unas proponían que todo el pueblo debía ir en busca de la piedra, pero otras decían que debían ir solo los hombres. La discusión fue muy larga y, en un momento, se dieron cuenta de que Yuruparí había desaparecido.
A la noche, la tribu escuchó el llanto de Yuruparí, que venía del árbol del pihycan. Cuando se acercaron al árbol, se hizo silencio y no vieron nada. La escena se repitió durante varias noches. El llanto causó tanto miedo en la gente que decidieron dejar de buscar al niño.
Con el paso del tiempo, la única que recordaba a Yuruparí era su madre, que se había retirado a llorar en una montaña. Seucy permanecía despierta durante la noche y se dormía al amanecer. Un día, al despertar, se dio cuenta de que alguien se había amamantado de su leche. La situación se repitió los días siguientes.
Dos años más tarde, el llanto misterioso comenzó a ser reemplazado por una risa infantil. Parecía que Yuruparí ahora estaba contento, aunque nadie podía verlo. Mientras tanto, Seucy iba envejeciendo y cada día su salud era más débil.
Pasaron así otros quince años. Una noche de luna, la diosa Seucy bajó a bañarse en el lago. Entonces, en el pueblo, todos vieron reaparecer a Yuruparí de la mano de la Seucy humana. La gente le otorgó al hermoso joven los atributos del cacique, aunque aún faltaba la piedra del jefe.
Yuruparí trajo a su pueblo nuevas leyes, que los ayudaron a vivir de manera más ordenada. Al final, se alejó rumbo al Este, en busca de una mujer del reino del Sol.
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