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En el inicio de un cuento se presentan la historia y los personajes, y es cuando comienza la acción. El nudo se da en el momento en que se desata el conflicto que deben enfrentar los personajes, es cuando la armonía del principio se rompe. Finalmente, el desenlace consiste en la resolución de dicho conflicto. Por ejemplo:
RICITOS DE ORO
Inicio Ricitos de Oro era una niña muy curiosa, por lo cual siempre andaba metiendo las narices por donde no debía. A menudo, salía a pasear por el bosque para satisfacer esa necesidad de conocerlo todo.
Nudo Un día, mientras jugaba y vagaba entre los árboles, se desvió de los senderos habituales y descubrió una casita que le llamó mucho la atención porque parecía salida de un cuento. Tenía las paredes amarillas, el techo rojo, muchas ventanas y una puerta de madera marrón. A medida que se iba acercando, sintió un tentador aroma a sopa recién preparada, y se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Como la puerta estaba entreabierta, decidió entrar. Apenas entró, notó que la mesa estaba perfectamente servida para tres comensales con tres tazones de sopa, pero la casa parecía estar vacía. Entonces, ya sin poder contenerse, se acercó al tazón más grande y probó la sopa. Automáticamente, pegó un grito: —¡Esta sopa está demasiado caliente! ¡Me quemo! Entonces, decidió probar la sopa del tazón mediano, pero otra vez volvió a gritar: —¡Qué feo! ¡Esta sopa está muy fría! Por último, Ricitos de Oro probó la sopa del tazón pequeño. Y entonces dijo rebosante de alegría: —¡Esta sopa está sabrosísima! Y casi sin darse cuenta se la comió toda. Como ya había saciado su hambre, la niña buscó donde sentarse a descansar después de tan rica sopa. Así, vio que en la sala había tres sillas: una grande, una mediana y una pequeña. Ricitos de Oro se sentó en la silla grande, pero se sintió incómoda, dado que sus piernas quedaban colgando sin tocar el suelo. Luego, se sentó en la silla mediana, pero le pareció que era demasiado dura y tampoco se sintió cómoda. Finalmente, la niña se arrojó sobre la silla más pequeña y exclamó: —¡Esta silla es comodísima! Pero en cuanto estaba comenzando a sentirse confortable, las patas de la sillita se partieron porque era demasiado pequeña para ella, y Ricitos de Oro terminó en el suelo. Como solo pensaba en descansar, entró a la habitación contigua y se encontró con tres camas perfectamente tendidas. Probó la primera y le pareció demasiado grande y dura. Luego, se acostó en la del medio, pero tampoco le resultó adecuada para ella. Por último, probó la tercera, la más pequeña, y el pareció que era perfecta, entonces se durmió profundamente. En eso, la familia de osos del bosque volvía de dar un paseo. Habían salido a caminar mientras esperaban que se enfriara la sopa. Cuando entraron, los osos se sentaron a comer y el papá oso rugió: —¡Alguien ha probado mi sopa! En ese mismo momento, la mamá osa vio la cuchara dentro de su tazón y gritó: —¡También la mía! Y luego el oso pequeño miró su tazón de sopa y sollozó: —¡Alguien se ha tomado toda mi sopa! El papá oso fue a la sala y notó que el almohadón de su silla estaba desacomodado. Entonces, exclamó: —¡Alguien se ha sentado en mi silla! Por su parte, la mamá osa miró su silla y dijo: —¡También en la mía! Por último, el oso pequeño miró su sillita y volvió a sollozar: —¡Alguien rompió mi sillita! Así, la familia de osos llegó hasta su habitación y en cuanto entraron el papá oso gruñó: —¡Alguien se ha acostado en mi cama! Como la mamá osa vio su cama toda desordenada, también profirió: —¡También en la mía! Finalmente, el oso pequeño se acercó a su cama y gritó: —¡Alguien está durmiendo en mi cama en este instante!
Desenlace Ricitos de Oro, que no había escuchado nada de lo que había ocurrido, oyó el rugido de los tres osos y despertó completamente sobresaltada. Los osos estaban furiosos y pensó que se trataba de una pesadilla. Cuando se dio cuenta de que estaba rodeada por una familia de osos enojadísimos con ella, salió gritando y corriendo espantada de la casa en un parpadeo. Por suerte, los osos estaban cansados de la caminata de la mañana y no se molestaron en perseguirla. Sabían que después de tal susto, la niña no volvería a molestarlos. Dicho y hecho: Ricitos de Oro corrió hasta su casa y nunca más volvió a jugar en esa parte del bosque.
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